Observación de aves en el ombligo del mundo
Una ciudad en la mitad del mundo
Ir hacia la Mitad del Mundo es más que una ilusión, es más que sentir mariposas en el estómago y ver pajaritos en el aire. La Línea Equinoccial atraviesa el planeta por muchos países, pero lo que experimentas en Ecuador cuando llevas tu mirada al paralelo cero, posas frente al famoso monumento café y su entorno rodeado de montañas, es una energía impresionante.
Llegar allá solo toma una hora desde el norte de Quito. Debo ser sincero, me hacía ilusión ir a Mindo (una hora más de viaje) o a la Reserva Geobotánica Pululahua (a 17km de Quito y a minutos del sitio de esta historia) o recorrer los encantos del Chocó Andino. Se me había metido en la cabeza la idea de hacer aviturismo en ambos sitios, pero mi visita a Quito sería más corta de lo previsto y como mis pequeños sobrinos no conocían la Ciudad Mitad del Mundo, creímos perfecto iniciarlos allí en la contemplación de la naturaleza. Estoy seguro que recordarán por mucho tiempo la experiencia vivida en la provincia de Pichincha.
Así que llegué, luego de un torrencial aguacero en la carretera, que curiosamente se detuvo de golpe a un kilómetro de nuestro destino, tal como predijo el taxista, pues la Mitad del Mundo suele caracterizarse por sus escasas lluvias y clima primaveral. La entrada a todo el recinto fue de $5 USD para los adultos y $2,50 USD para los niños y personas de la tercera edad. Dentro hay varios museos, en el que destaca el museo etnográfico que se encuentra en el interior del íconico munumento, juegos, planetario, insectarium, artesanías y mucho más, pero mi atención mayoritaria fue hacia los árboles. La región noroccidental se caracteriza por tener una hábitat de aves sumamente variado y, como quien busca al mítico dodo salvaje, yo esperaba por lo menos topar con alguna avecilla de colores deslumbrantes o un quinde de alas velocísimas.
¡Cámaras, luces y acción! pero eso sí, con mucha paciencia.
Bien dicen los expertos que el principal equipo de un avistador de aves debe ser la paciencia… y una cámara, usar poco el flash, lápiz y libreta para hacer anotaciones. Nunca están de más los binoculares y ropa de colores opacos y de acuerdo al clima. Moverse lento y constante, sentirse parte del ambiente para que su fauna no se ponga tímida con la gente.
Árboles fueron repasados una y otra vez, hasta que por fin asomó un ser alado. Un gris, con peinado punk y cuello claro que iba de rama en rama. Luego descubrí que cortejaba a una pajarita. No era el único, cerca tenía un contendiente que también buscaba la atención de la hembra, que tenía la cresta más rebajada y el piquito más fino. Cada que sacaba mi cámara, ellos decidían moverse a otro árbol y así sucesivamente, hasta que se fueron a uno más lejano y alto. Lo siento, no pude capturar este cortejo, afortunadamente ustedes comprenden que el amor es más rápido que un clic. Además pude ver un pájaro, que luego de investigar, identifiqué como el Palm Tanager (Thraupis palmarum).
Animado luego de esas escenas tan simpáticas, seguí aguzando la vista y entonces un ejemplar hermosísimo llenó mis ojos. El ave tenía un color rojo fuego, pecho naranja y un piquito amarillo. Avecilla sociable pero poco dada a las cámaras. Al notar mi atención hizo maromas mientras jugaba con las hojitas de un árbol gris, pero solo era apuntarle con mi cámara del teléfono, para que iniciara vuelo hacia otro árbol y así sucesivamente hasta que se aburrió.
Yo no me aburría en absoluto. Ya había visto una ave que me tomará tiempo buscarla en registros de aves para poder identificar su especie, pero que valdrá la pena la pesquisa, porque el amor a la naturaleza es así, queremos conocerla más y más.
Luego un gorrioncito fue mucho más condescendiente conmigo y logró salir en una de mis fotos favoritas de ese viaje. Lejano sí, pero identificable entre el ramaje.
La tarde estaba cayendo y usualmente los pájaros ya empiezan a buscar un árbol donde reposar la noche. Sin duda fue aviturismo amateur, pero eso es lo de menos. Ya llegaré pronto a Mindo, paraíso de las aves, o también cerca, allá en Milpe o Nanegalito y tantas rutas que hay en Pichincha y Ecuador para deleitarse con el aviturismo. Entonces sí iré con todo mi equipo, pero esta escaramuza en la Ciudad Mitad del Mundo tuvo la alegría de los pequeños detalles, rodeado de un sitio monumental.
Autor: José Vicente Noboa
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