Leyendas de las laguna de Mojanda
Leyenda de la laguna de Mojanda y la campana escondida
Cuenta la leyenda ecuatoriana que unos andariegos entusiastas ya venían de regreso de la capital, despuntando los lomeríos de Pomasqui, los vericuetos, barrancos y arenales del “sal si puedes”. Abajo se veía el Guayllabamba como culebra que se escondía entre matorrales y enaguas de cerros; más adelante el Chamanal con una hilera de pencos salpicados de wiracchuros que adelantaban su vuelo a medida que avanzaban los viajeros.
Sobre los hombros de los indios fortachones venía la campana. De tramo en tramo se cambiaba el refuerzo de caballos que tiraban la campana a manera de camilla, de nuevo al hombro de los aventureros con la ayuda de palos largos en competición de aguante, hombría y juventud.
Malchingúi fue su última tanda para el descanso, más empujaba la ilusión de llegar pronto a casa que el cansancio que los presionaba y se apresuraron de madrugada por la cuesta de Mojanda. La mañana brillaba con un “sol de aguas”, los mortiños, los motilones, gualicones, lucían apetitosos y engañosos junto al “shanshi” que alucinaba con colores y manojos cargados de sensuales figuras. Ni siquiera llegó el medio día y se desató un aguacero inmisericorde, el camino se llenó de cochas tramposas y la tierra suelta se convirtió en lodo que demoraba el avance del grupo, el temporal se empecinó con venganza sobre las humanidades de los corajudos hombres que paso a paso vencían las inclemencias.
La tarde había llegado más allá de la mitad de su vida y la apariencia de la noche se hacía más innegable; fueron las últimas claridades del día cuando llegaron arriba de la loma y vieron coqueta a la “Laguna Chiquita”.
El rumbo pretendido se volvió intransitable, el cielo retinto apenas era perceptible por una pesada niebla que se escurría como presagio de mala suerte por entre las pajas que chorreaban agua y más agua por sus cuerpos hechos de agujas. Quién hacía de cabeza del grupo que entre todos sumaban más de la veintena, decidió que harían frente a la noche y al frío cerca de los 4.000 metros de altura, amontonando sus equipajes a orillas de Caricocha la -Laguna Grande - que ya tenía mala fama de ser laguna traicionera.
Para quien tiene la costumbre de enfrentarse con las asperezas no es difícil encontrar un lugar para pasar la noche. Como pudieron se hicieron de una pequeña fogata en la que juntaban sus manos para aplacar el frío. Improvisaron unas tiendas de campaña con lienzos untados con cebo de res para que el agua resbalara a las que estiraron con sogas a manera de techo natural. En el fogón arrimaron una caldera con agua de la laguna y ramas de “sunfo” del páramo sumando unas generosas dosis de puntas para contrarrestar el crudo ambiente y el soroche.
La lluvia había calmado y la noche se volvió tinieblas, solo en dirección al Fuya - Fuya se abría un claro entre las nubes donde se podían ver los luceros en la inmensidad del páramo, mientras espíritus desconocidos sobrevolaban el maltrecho campamento. Abajo los aventureros fueron acurrucándose uno contra otro con olor de ponchos mojados y pronto fueron despojo del sueño, el clima impávido, la altura, el trago y el cansancio se unieron en sinfonía de ronquidos custodiando la campana dedicada a la iglesia de San Luis en Otavalo.
El viento soplaba aparentando el lloro de mujeres abandonadas, el frío acuchillaba los cuerpos como puntas hirientes mientras oscuras formas acechaban desde varios rincones. Como un pedazo de uña suspendida en el cielo la luna se mostraba esquiva dejándose ver de cuando en cuando entre los nubarrones. Cerca de la medianoche el último hombre se dejó domar por el sueño y la laguna comenzó su empeño de despojar la carga defendida. Como encantamiento la pesada campana abandonó el suelo y bamboleándose se retiraba hasta el centro de la laguna pronunciando lastimeros repiques que se fueron apagando al contacto con las heladas aguas hasta que se desvaneció.
Aquellos hombres contaban después, que solo entre sueños sintieron que la campana se perdía en la noche y que impotentes no pudieron despertase para averiguar lo que pasaba. Lo cierto es que Caricocha se robó la campana. Cuentan los mayores que desde entonces la laguna tenía por costumbre desbarrancar mulas y peregrinos para robar su carga. El lugar se volvió traicionero y lleno de chismes pavorosos llegando a cambiar el rumbo por un sendero más largo bordeando el Fuya - Fuya por el lado de Chiriyacu.
Un templado otavaleño defendido por otros valerosos, decidieron acampar en lo alto del cerro distinguiendo como la engañosa laguna sintiéndose espléndida y a cielo abierto se desnudaba solitaria para ofrecerse por completo al sol. Ellos quemaron una gran piedra por tres días seguidos con sus noches enteras y cuando fue luna llena, apoyados por palancas de tronco hicieron rodar la candente roca cuesta abajo, que como cabalgadura desbocada fue dando tumbos y tumbos, tragando a grandes zancos las distancias y en un último salto increíble rompió su espejo de luna con un sonido inconfundible de hierro caldeado penetrando en el agua.
Fantásticamente se escuchó retumbar en la noche un gruñido parecido a voz ronca de peñascos y cascadas que dijo en quechua: “Ñavi chamusca, ñavi rrarray” –me han quemado el ojo-… Desde entonces la laguna se volvió tranquila como ración generosa del paisaje sin que se registren más desdichas.
Pero dicen algunos aventureros, que en Mojanda, cuando es luna tierna y llueve torrencialmente, a media noche, se escucha el talán – talán de una gran campana llamando a misa desde las profundidades de la laguna.
Leyenda de la Virgen en la punta del Cerro Negro
Ubicado en el nudo de Mojanda - Cajas donde se encuentran las cuatro lagunas, la laguna pequeña pertenece a Tocachi, mientras que la lagua grande es un poco de Tocachi y lo demás de Otavalo.
En el cerro negro hay un encanto de nuestra madre del Rosario, por este motivo dicen que Otavalo tiene la mayor parte de la riqueza, porque la imagen de nuestra madre esta frente a Otavalo y su espalda a los pueblos de Tocachi Malchinguí y la Esperanza.
Unos hombres vinieron cargando desde Quito la imagen, una vez caida la noche decidieron descansar para el siguiente día retomar el camino que les llevaría a Ibarra, pero la sorpresa fue grande al despertar pues la imagen ya no estaba junto a ellos sino que se encontraba en la puta del cerro negro.
Leyenda de las haciendas
Donde actualmente están las lagunas, decían los mayores que eran unas haciendas. Cuentan los viejitos que fue un señor a pedir posada a los potrones quienes se negaron, entonces el señor les maldijo y manifestó "que esto se convierta en piedra y agua ", y se cumplió.
Ahora se dice que las lagunas eran grandes asendados de epocas pasadas.
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